Perímetro afectivo.

Feketreke
2 min readJun 21, 2020

A mi vieja no la extraño, pero siento su ausencia. Con mi viejo me pasa exactamente lo mismo con la salvedad que él no está muerto. Algunos años atrás me di cuenta que desde chico me trató como un adulto. Cuando se lo dije en uno de nuestros almuerzos asintió con la cabeza — Vos debés creer que no te quiero-. Con los años acepté que es un tipo rústico, con la sensibilidad de un azulejo roto.

Diez meses atrás hice percha el coche; inservible quedó. La aseguradora no me cubrió nada, el arreglo salía un billete y decidí postergar ese gasto hacía más adelante y pasar el verano a pata. Desde ese momento no fui más a su casa en Del Viso. Antes de la cuarentena intentamos vernos tres veces. Sólo logramos la misión dos. Faltó al cumpleaños de su nieto menor después de tener una discusión fuerte con su esposa por una escena de celos que ella le hizo. A los ochenta y dos, mi viejo tiene la vitalidad del egoísta. No me hubiera jodido que pegue el faltazo al cumple sino fuera porque mi vieja había fallecido dos meses y medio antes. Los chicos de tanto en tanto me preguntan por qué no vemos más seguido a lo de abu Charly. Les contesto alguna justificación vaga para pasar la pregunta, pero abu Charly no está.

Algo curioso sucedió ni bien comenzó el aislamiento obligatorio: me llamó cuatro veces en un período de diez días. La primera vez, me agarró prendido fuego tratando de cerrar una campaña de COVID que venía torcida para nuestro cliente más grande. Luego de contarle brevemente la situación, terminé la llamada a mi estilo — Pa, necesito cerrar este quilombo, hablemos mañana-. Para mi sorpresa me volvió a llamar al día siguiente. Se había quedado preocupado con lo tenso que me había notado. — Ya no estás para ponerte así de nervioso a tus cuarenta y siete- sentenció. Sabe perfectamente lo que dice, cerca de sus cincuenta tuvo una parálisis facial que lo marcó para siempre. Tres días más tarde volvió a llamar. Esta vez conversamos sobre un sueño que él había tenido. No recuerdo una conversación tan íntima; debe haber durado unos 15 minutos, todo un récord. En la siguiente llamada decidí leerle un texto que había escrito. Me escuchó en silencio y me agradeció conmovido. Desde entonces, repetimos esta dinámica de encuentros cada vez que termino de escribir un texto. Resulta paradójico que estando aislados y lejos la pandemia nos acerque.

--

--

Feketreke

Administro caprichos ajenos y funciono por asociación de ideas.