Nosotros los cuatro

Feketreke
4 min readMay 29, 2021

Ni bien me desperté miré la hora. 9:30 am de un sábado fresco y cielo semi abierto. Llamé por teléfono a Hijo 1 cinco veces. No logré que me atienda ninguna. Me llamó al rato y me dijo que lo había despertado mi insistencia. Le avisé que empezara a vestirse, en veinte lo pasábamos a buscar con mi hermana.

Mi casa estaba dada vuelta. Mientras esperaba que me busquen, me puse a levantar toda la ropa tirada en el piso con un solo objetivo: Asegurarme que nada interrumpa el trabajo metódico que hace Chipita cuando barre y pasa la mopa. No es perfecta, deja las esquinas con montículos de polvo, pelos y migas. Esa mugre se amontona en una superficie triangular de dos centímetros cuadrados; la sacás al toque con un paño húmedo. Cuando lo hago observo unos segundos la suciedad adherida al trapo. Me saca una sonrisa y me invade una sensación profunda de victoria. Humano 1 — Robot 0.

Miré el reloj ya eran las 10:15 am. Mi hermana llevaba 15 minutos de demora. Me puse tenso, quería encender a Chispita justo antes de irme de casa. Detesto sentir el zumbido de la turbina que aspira. Me entró un audio de ella -Andá bajando, estoy a dos cuadras-. Siempre me miente. Encendí a Chispita, hice un último control de los pisos y bajé.

La calle estaba tranquila, no había señales de mi hermana. Aproveché y consulté en el negocio de al lado el precio de un sillón de tres cuerpos. ¿En qué momento los precios se fueron tan a la mierda?. Salí del local y miré en ambas direcciones, ella no aparecía. Le mandé un audio en respuesta. -Buen día dos cuadras ¿Por donde andás?-. Al instante me tocó la bocina del lado de enfrente. Crucé la avenida y me metí en su auto. Nos saludamos y me contó que se demoró porque le dio un antojo de McDonald’s. — Le compré un tostado de Jamón y queso a hijo 1-. Sin responderle miré hacia atrás en busca de mi vieja, no la encontré. — ¿Mamá está en el baúl? — Que humor negro tenés. No lo digas así que me impresiona -.

El semáforo se puso verde. Ella aceleró mientras yo llamaba a Hijo 1. — Andá bajando, estamos con la tía a dos cuadras -. No fue una mentira lo que le dije, solo reduje la distancia porque conozco sus tiempos. Hijo 1 estaba esperando en la vereda cuando llegamos. Ni bien se metió en la parte de atrás, preguntó para quién era la bolsa de McDonald ‘s. Le respondimos los dos en dueto — Es tuya -. Mientras devoraba el tostado, entre mordiscos y degluciones preguntó con su boca llena por las cenizas de la abuela. Le respondí que estaban en el baúl y comenzó a indagar si estaban en una bolsa o en una caja, si era solo polvo o había huesos. Hijo 1 tiene preguntas que incomodan — ¿Los cuerpos se creman desnudos o con ropa?-. En simultáneo volvimos a responderle — No lo sabemos-.

Mi hermana eligió el paseo de la costa para hacer la ceremonia de nosotros cuatro. Esa zona de la costanera estalla de gente los fines de semana, no fue la excepción. Saqué a mi vieja del baúl, la urna era más pesada de lo que me imaginaba. Hijo 1 se ofreció a llevar las flores que había comprado su tía. Enfilamos hacia el parque y mi hermana nos pidió que nos adelantemos, ella quería fumar un cigarrillo tranquila. Mi vieja se murió de un cáncer de pulmón ultraviolento.

Buscamos algún lugar de la costa que esté despejado. Imposible. Estaba repleto de escombros, residuos plásticos y zapatillas olvidadas. Lejos, cerca del horizonte, entre la costa oxidada y el mar de agua dulce se veían las puntas triangulares de una regata. Volví a la tierra, identifiqué una manchón verde entre unos juncos y marqué la zona. Nos fuimos en esa dirección los cuatro. Cerca de donde estábamos, sobre un montículo de tierra, una mujer sentada miraba hacia el río. Tenía las piernas cruzadas, se sonaba la nariz con un pañuelo y se secaba las lágrimas de tanto en tanto. Me pareció poético que nos acompañará una llorona en ese momento. La postal que ella veía desde su montículo fue la de un calvo con barba tupida, una rubia con borcegos de charol, un adolescente alto peinado como Cruella con la mitad de su cabeza blanca y la otra negra. Adelante nuestro estaba la urna de madera .

-Tenemos un problema- le dije a mi hermana. La urna tenía dos tornillos amurados a la tapa. Mi hermana es MacGyver: tenía un kit completo de destornilladores en su mochila. El segundo obstáculo fue el precinto plástico que certifica el origen del polvo seco; hasta código alfanumérico tenía. -No te preocupes- me dijo y sacó una tijera. Hijo 1 miró las cenizas con asombro y preguntó si esas partecitas eran piedras o huesos. MacGyver salió al cruce — Imaginemos que son pedacitos de madera-. Yo le respondí -Son cenizas de hueso-.

De regreso, Hijo 1 interrumpió el silencio. — ¿Ustedes creen que la abuela nos está mirando? ¿Ella sabe lo que hicimos? — Mi hermana le contestó que ese era el deseo de la abuela y que ella sentía su presencia. Yo le dije que cuando uno muere todo se termina por más duro que parezca. Mi hermana encendió la radio y no hablamos más durante todo el trayecto. Nos dejó a cada uno en su casa. Cuando entré al departamento Chispita seguía haciendo su laburo de manera obediente, rebotaba contra muebles y paredes. No sentí alivio. Miré la bacha estaba repleta de platos sucios, cubiertos, ollas y sartenes. En ese momento me decidí y compré un lavavajillas.

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Feketreke

Administro caprichos ajenos y funciono por asociación de ideas.