Al cierre del entrenamiento un compañero confesó que se había quedado con las ganas de meterle el culo en la cara a más de uno. Para mi sorpresa, uno de los tipos más talentosos y desinhibidos que conozco en el terreno actoral le respondió algo del estilo - Estuvo bien que no lo hagas, ese es un límite que no hay que pasar.-
¿Cual es el límite de la improvisación? ¿En que momento cruzar la raya deja de sumar o enriquecer la exploración individual o grupal?¿Es la vergüenza e incomodidad propia o ajena el límite?. Lo que me doy cuenta escribiendo esto, es que muchas veces reprimo acciones, palabras y movimientos por pudor. Al mismo tiempo tomo conciencia que dejarme gobernar por estas sensaciones limita mi trabajo exploratorio. En algún punto esta manera de actuar condiciona mi propio potencial creativo, en un territorio donde uno es el principal motor de desarrollo.
¿Cómo puedo crearme un sistema que me habilite mental y emocionalmente a jugar con la improvisación al palo? La primera actividad que me viene a la cabeza es el sexo y su enorme diversidad de prácticas. El consentimiento es la base. En la intensidad de cualquier encuentro buscando explorar algo nuevo, el deseo impulsa y el no manda. Así como cogiendo no es no, en la improvisación de una escena creo clave tener una escucha activa para entender en que momento la propuesta que uno está investigando cruzó los límites de incomodidad y tolerancia de la persona o grupo con el que está trabajando. Otro aspecto que me viene a la mente es el cuidado físico. Si bien creo que debería tener impunidad absoluta en el uso de la palabra y el contacto corporal, nada de lo que haga debería poner en riesgo al otro. La improvisación requiere de un nivel de entrega y apertura enorme por lo que me resultan fundamentales estos cuidados.
Sólo mi compañero sabe porque decidió no ponerle el culo a cada uno en la cara. Lo que me queda claro después de ordenar mis pensamientos, es que voy a tratar de poner en práctica estas ideas en mi próximo entrenamiento con Nano.