…de la madre.

Feketreke
6 min readOct 25, 2019

--

Hacía tiempo que venía con un tema dando vueltas en mi cabeza. La llamé a mi hermana y le dije. — Pao, en unos meses se viene el cumple de la vieja. Ella está con esta idea pelotuda de que este, puede ser su último cumpleaños. Tenemos que encararla entre los dos para que no se de manija y termine siendo un profecía auto cumplida-. Una vidente le había dicho hace muchos años atrás que ella se iba a morir antes de los 75. Creo que de algo sirvió la cepillada que le pegamos con mi hermana aquella vez. Fue una charla anti-videntes, anti-brujas, anti-esoterismo. Mi vieja falleció hace dos meses y 10 días, a los 80 años.

Sus últimos dos años fueron bravos, el cuerpo y la salud le empezaron a pasar factura. Creo que fui testigo de aquel momento de inflexión. Salimos de su traumatólogo juntos. Hacía meses, que se venía aguantando el dolor en la cadera al caminar. Nos metimos a mi auto y empezó a llorar desconsoladamente. Nunca en mi vida, la había visto llorar con esa intensidad. Sentí que era chiquitita, mini mini. Intenté consolarla, me paró en seco y me dijo — Necesito estar sola, andá a tomarte algo a la Shell y volvé en un rato por favor.- El médico había sido claro; la manera de cortar el dolor al caminar era operarse o empezar a usar bastón. Ni su orgullo ni su pituquez se bancaban la idea de ir por la vida con ese instrumento de apoyo. De alguna manera sintió que la vejez la humillaba, a ella que tenía la fuerza y vehemencia de un toro para llevarse al mundo por delante. Puedo dar fe de esa intensidad que tenía, principalmente porque la padecí, pero esa es otra historia. Finalmente se operó, tuvo una recuperación en tiempo récord y encontró la manera de incorporar el bastón como un elemento para mejorar su calidad de vida.

El cáncer de pulmón se lo diagnosticaron en mayo de 2018, luego de un control de rutina con su neumonólogo. Su tratamiento de inmunoterapia vino en piloto automático hasta principios de 2019. El informe médico decía algo parecido a “metástasis ósea entre vértebra C6 y médula espinal”. El pronóstico no fue bueno, tenía que operarse de urgencia en una intervención de dos pasos. Si nos nos movíamos rápido, podía quedar cuadriplégica en poco tiempo. En los meses que vinieron, nos dimos de frente con todo lo inoperante, violento e insensible que puede ser el sistema privado de salud pensado para un target más menos 35-45 con dos hijos perfectos y salud de atletas olímpicos. Hay que ser justos, conocimos en contados casos médicos, medicas, enfermeros y enfermeras que hacen la diferencia y conectan con el paciente y la familia. Volviendo de una de las tantas consultas con su oncólogo mi vieja me dijo — No tengo miedo de morirme, lo único que quiero es no tener dolor y quedar boluda-. Mirando hacia atrás, me doy cuenta que la contundencia de su definición, fue un norte muy claro que me ayudó a estructurarme mental y afectivamente en todo este proceso.

La historia no terminó bien. La operación se postergó 3 veces. La primera: minutos antes de la intervención producto de una narcolepsia generada por una mala asimilación de la morfina. Estuvo dos semanas internada con un cuadro agudo de delirium. La segunda: enviaron una prótesis equivocada. La tercera: el neurocirujano decidió postergarla ya que no quería que la atienda el equipo de terapia intensiva de fines de semana. Finalmente se hizo sólo una de las dos operaciones ya que su condición se había vuelto irreversible. El pronóstico pesimista se cumplió casi con precisión suiza. Fueron dos meses de post-operatorio en un sanatorio con toda la tecnología y confort para que mi vieja esté lo mejor posible. Pero algo más tenía que fallar. La prepaga nos desalojó de un día para el otro del lugar donde estábamos. Para la auditora, mi vieja en su condición de enferma terminal, era una línea de costo pesada en la planilla de Excel que manejaba. La derivaron a un centro de cuidados paleativos y tuvimos que elegir entre el menos peor ya que los costos por fuera de su sistema de salud eran imposibles de afrontar por mi economía y la de mi hermana. Tuve que hacerme la idea que mi vieja se iba a morir de una manera espantosa en un lugar horrible.

Unos días antes de su muerte, entré a su habitación como lo hacía todos los días desde que la habían operado. Mi novia estaba sentada a su lado. Sus ojos estaban vidriosos. Se notaba que habían tenido una conversación movilizante. Vale me contó más tarde como había sido ese pequeño diálogo. — Ana, no conozco ninguna persona con más fuerza que vos- mi vieja le respondió —De que me sirve, si no puedo hacer nada. Mirá como estoy-. Mi mamá falleció al poco tiempo de un paro respiratorio.

Desde su muerte, no pude dejar de pensar en esa sensación con la que se fue. Algo me generaba mucho malestar. La niña que se había podido plantar a un padre machista y facho para convirtiese en la arquitecta Ana María Gaucheron, diseñadora del puente de Juan B. Justo en la década del 60 con tan sólo 30 años. Pocas en ese tiempo y rubro tenían el temperamento para sobresalir en un entorno manejado por hombres. La mujer que se separó de mi viejo el mismo día que nací y me puso su apellido para marcarle la cancha a mi abuela Isabel, por insinuar que quizás no era su nieto. La jefa de dibujantes que se enamoró del socio del estudio de Mario Roberto Alvarez y Asociados, tuvo a mi hermana y por amor renuncio a su mejor trabajo. La misma que se sobrepuso a una temprana viudez y laburó como una leona para mantenernos a mi hermana y a mi. La abuela tenaz con la que me peleaba de tanto en tanto, porque me exigía tener un día fijo para ver a sus nietos. La que no le importaba que le haya dicho 50 veces — Ma, no me rompas más las bolas con los días fijos con los chicos- y volvía a insistirme con su persistencia infinita. La madre que me putió el mismo día que la trasladaron a ese lugar de cuidados paleativos horroroso porque según ella no había sido lo suficientemente preciso en las instrucciones que le tenía que dar al equipo de enfermeras (Te la peleo hasta hoy esa Ma.) Esa misma, creía que su enorme fuerza no le terminó sirviendo. Lo que más me angustiaba es que yo no encontraba una manera de contrarrestar ese pensamiento. El cáncer la había vencido física y anímicamente.

En una triste coincidencia, el padre de uno de mis socios murió unos meses antes que ella de la misma enfermedad. La semana pasada hablando con el sobre este proceso que vivimos en paralelo, me cayó la ficha de algo que no había visto antes. Las ganas de vivir y la fuerza que tenía mi vieja para sobrellevar su enfermedad, nos dio el tiempo suficiente para despedirnos. En algún punto me siento un privilegiado. Pienso en los hijos que sus padres se mueren de un día para el otro sin aviso. Pum ya no están más. La enfermedad de mi vieja me destrabó algo que tenía bloqueado con ella. Antes de todo esto, no podía abrazarla, ni darle un beso porque si, ni acariciarla, no me salía decirle — te quiero-. El tiempo que ella le ganó al cáncer me permitió ponernos al día y eso me da mucha paz. Me di cuenta que charlamos mucho de aquello que importa, que moviliza. Pude acompañarla y mimarla de una manera que ni yo sabía que podía.

Gracias por ese tiempo Ma.

* * *

Este texto empecé a escribirlo el domingo 20 de octubre de 2019 en el primer día de la madre, sin mi vieja.

--

--

Feketreke
Feketreke

Written by Feketreke

Administro caprichos ajenos y funciono por asociación de ideas.

Responses (1)