Últimamente nos vemos poco. Hijo uno y dos me preguntaron por qué ya no estamos los cuatro juntos. Les expliqué que tenemos los horarios cruzados, la casa es chica y preferimos vernos solos. A esto hay que sumarle que los dos estamos muy intolerantes. Ella con los olores y ruidos ajenos, yo con el espacio reducido. Le ofrecí varias veces ir a su casa, ella prefiere venir siempre a la mía, supongo que puede controlar cuándo llega, cuándo se va y eso le da más libertad. Entre su nuevo emprendimiento y su enfermedad se encuentra atada a sus obligaciones y a sus dolores corporales crónicos.
Los últimos estudios no le dieron bien. Solo hablo de esto cuando ella toma la iniciativa, las veces que lo hice por motu proprio, me cortó en seco y cambió de tema. No quiere que la acompañe a las consultas ni a los controles. Quiere hacer todo sola. La entiendo perfecto. Yo en su lugar haría lo mismo. Si me fueran a decir que me estoy muriendo preferiría enfrentarme a ese momento de angustia solo, no se muy bien por qué, pero tengo esa certeza.
Ayer, viernes, era nuestro día de encuentro. Habíamos planeado cenar juntos. Hijo uno y dos ya se habían ido a lo de su madre. Me dispuse a cocinar albóndigas con puré, su plato preferido. Me avisó sobre la hora que estaba agotada y dolorida. Me dijo que desayunásemos juntos el sábado. Hoy la saludé temprano por mensaje de texto y me pidió que desayune solo, no había pasado bien la noche. Los malestares corporales que tiene no le permiten dormir de corrido muchas horas, tiene el sueño muy liviano y el más mínimo ruido la despierta. Me dijo que nos veíamos al mediodía. Un par de horas más tarde me entró una video-llamada suya. Estaba acostada pero quería verme. Nos quedamos conversando un rato largo de los roces que viene teniendo con sus socias en el laburo. Ella no tiene problemas con la guita, la enferman las miserias, cuando una socia cuenta los porotos y ella va dejando ahí su vida.
Toda la llamada la noté extenuada. No deja de sorprenderme su aceptación con lo que le sucede. Me dice muy seguido “vine fallada”. Mi vieja estaba en la esquina opuesta. Unos días antes de morir me dijo “que clase de hija de puta habré sido que la vida me hizo esto”. Le respondí mentalmente ”no fue la vida Ma, fuiste vos misma y nunca te diste cuenta”.
Los últimos minutos de la llamada se me empezó a anudar la garganta ¿Por qué me resisto a llorar? Le dije que necesitaba ir a buscar algo a la heladera. Agarré un trapo de la cocina, me sequé las lágrimas incipientes y volví con un vaso de jugo para tomarlo de frente al celular y cubrirme la cara. Como me resultó imposible sostener la conversación sin quebrarme, le dije que quería ir al baño y cortamos ahí nomás. Nos vimos unas horas más tarde cuando llegó para almorzar.
Hablamos varias veces de la muerte. De la de mi vieja y de la suya. Me dio una sola instrucción si eso sucede. Quiere que me ocupe de que sus perros huelan su cuerpo sin vida. No quiere que ellos la esperen eternamente en la estación del tren como lo hizo Hachiko con su dueño.
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Dedicado a mis Peluches Rabiosos. El mejor equipo del mundo.